Creo que a estas alturas todos somos conscientes de que el tipo de dieta que hacemos puede tener consecuencias tanto negativas como positivas en nuestra salud a lo largo de toda nuestra vida. Comer bien o mal no es algo que tenga efectos inmediatos, que también, sino que va a tenerlos en un futuro. Lo bueno es que los cambios, muchas veces pequeños, que introduzcamos en la alimentación tienen consecuencias a la larga y pueden suponer que un individuo padezca o no enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes mellitus o hipertensión.
Está demostrado por múltiples estudios científicos que los malos hábitos alimenticios pueden suponer un riesgo para la salud y que variándolos se reduce significativamente el riesgo de padecer enfermedades crónicas y degenerativas.
Comienzo hoy una guía de consejos que podemos poner en práctica poco a poco y que a la larga supondrán una inversión en nuestra salud, lo más preciado que tenemos.
Empecemos por bajar el consumo de sal. Las dietas altas en sodio aumentan el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y circulatorias, puesto que aumentan también la hipertensión arterial. Pongamos un poco menos de sal en las comidas que preparemos y tratemos de evitar los alimentos salados, especialmente esos preparados que muchas veces ofrecen una alternativas más saludable.
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